El viento moviendo tu cabello, una hoja caída, la melodía de las fuentes llenando todo de sentido. Una mirada, un sentimiento, el dolor de la ausencia, el color del cielo ajeno a ella, la niebla y el destino generando esa vida que somos, fruto de la palabra, la nuestra, voz profunda de guitarra, sentida y eterna.
Tiempo de silencio, tiempo de ser, tiempo de paz y de locura, de palabras acalladas transformando el miedo en vida, de emociones, de lluvia y viento tras de cada mirada. Tiempo de encuentro y esperanza, tiempo de amor y de deseo, de destinos cumplidos y de cambio.
Minutos desgranados suavemente, dibujados en el humo de las horas que fluyen insensibles a la leve caricia que tu vida le hace al tiempo, sombras que se deslizan sobre tu cuerpo cambiante transformando tu mirar mientras se suceden las melodías que van surcando tu piel, paisaje construido de vientos y deseos, piedra labrada, arañada de ausencias, sembrada de omisiones, poesía hecha de años, tierna y desgarrada, huella en la arena.
En la suave monotonía abotargadora de la vida domesticada caen secas y arrugadas, una y otra y otra más las hojas del calendario. Día tras día, día tras día. Y pierden brillo las miradas fundiéndose en gris, ese en el que se desvanece la sorpresa y se adormece la pasión, mientras, de fondo, se escucha un noticiario trasunto de todo lo cotidiano.
Vuelven olas de música a romper en mi cabeza, varadero de tristezas y canciones, jazz en vivo, alcohol tónica entre vientos de humo, quemando soledades, blues de siempre corazón, desgarrado pensamiento que golpea al apasionado ritmo de la ausencia y la añoranza, una palabra al oído, un recuerdo, desenfrenado movimiento, cadencia infinita de la angustia y la desolación.